Bernardo Vega .
No recuerdo si en alguna ocasión anterior nos había visitado un subsecretario de Estado norteamericano Encargado del Hemisferio Occidental, como lo acaba de hacer el embajador Roger Noriega en un viaje exclusivamente a nuestro país. Peter Romero estuvo en marzo de 1999, pero era subsecretario interino, sin confirmación senatorial. Michael Skol (a quien Balaguer acusó de haberle tirado los “dardos de los partos”) y John Hamilton nos visitaron en 1994 y 1998, respectivamente pero ambos eran Subsecretarios Asistentes.
Tal vez lo más importante de la visita de Noriega, el antiguo asesor del una vez todopoderoso senador Jesse Helms, fue su anuncio sobre las muy altas probabilidades de que el gobierno norteamericano, igual a como hizo en 1996, sufrague los gastos de varias misiones de observadores internacionales preelectorales. Lo de preelectoral es importante, pues significaría que, como en 1996, estos observadores llegarían al país en febrero y no días antes de las elecciones, cuando ya es muy tarde para deshacer entuertos. La OEA, la Fundación Internacional sobre Sistemas Electorales (IFES), el Instituto Nacional Republicano (NRI), el Instituto Nacional Demócrata (NDI), el Centro Carter y CAPEL de Costa Rica, tradicionalmente han cumplido esas funciones aquí y en la mayoría de los países de América Latina. Recientemente el Parlamento Europeo observó las elecciones en Guatemala y es de esperarse que también lo haga en el nuestro.
A Estados Unidos le interesa el proceso, no el resultado. Quiere elecciones limpias, pero no favorece a un candidato en particular. Más aun, toda América Latina y el Caribe, al haber votado favorablemente la Cláusula Democrática adoptada por la OEA en su reunión del fatídico 11 de septiembre del 2001, ha quedado obligada a no reconocer a un gobierno surgido de elecciones claramente fraudulentas. El tiempo de las trampas electorales en nuestro país ( 1966 ¿?, 1970, 1974, 1978, 1990 y 1994) ha pasado. También han transcurrido los días cuando el caudillo mexicano Porfirio Díaz aconsejaba a su gente: “Siempre digan que sí a los americanos, pero no les digan cuándo”.
La segunda convención del PRD fue pospuesta. La encuesta de Alfonso Cabrera y Asociados, empresa que actualmente trabaja para la Presidencia de la República, pronosticó hace unos días que Hipólito Mejía obtendría el 51.4% de los votos, pero como el margen de error es de 2.77%, significa que proyecta que Mejía sacaría entre un 54.2% y un 48.6%. Sorprendentemente indica que los indecisos son apenas un 2%. Nada más inconveniente que una votación tan cerrada que resulte en acusaciones de fraude, demandas de recuentos y apelaciones a la Junta Central Electoral.
Ojalá que el país, en adición a todas sus actuales calamidades, no tenga que pasar por ese nuevo vía crucis.
La decisión de Hipólito Mejía de buscar la repostulación, después de haber rechazado muchas veces y en forma pública una reelección que ha sido piedra angular de la filosofía política del perredeísmo, significa que carece de la mayor habilidad que debe tener todo político: el poder verse a sí mismo desde la distancia.
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