El ex-presidente Hipólito Mejía no se ha enterado de que su país hace rato que entró en la construcción de una cultura democrática. Y que contrario a su concepto de “patología de la libertad”, que atribuye al antitrujillismo, que no a él, lo que la historia y los estudios indican es que la enfermedad no estaba, ni está, en los defensores de la libertad nacional sino en sus opresores.
Hablando ante los viejos generales y almirantes, precisamente, Mejía reivindica la autoridad y la disciplina, el servicio militar obligatorio, ya en desuso, “algo” que podríamos interpretar que él asume como el lado bueno de Trujillo, pero sin llegar a definir o sustanciar.
Se siente en sus palabras el dejo de la añoranza, más que la razonada comprensión del fundamento axiológico de aquella disciplina y autoridad social basada en la coerción. Y con las enseñanzas de Sharon.
Mejía no capta en la acepción de esa disciplina y autoridad que reivindica la cultura de sumisión cimentada en valores autoritarios, antidemocráticos y pre-ciudadanos de aquella tiranía. Que esa autoridad y esa disciplina derivada no se centraban en los valores de la justicia, equidad, libertad, respeto, cooperación o la participación libre.
Dijo, para que entendamos su pensamiento, que “la juventud necesita reorientar su futuro, porque en el país se necesita orden y respeto, sin arbitrariedades, para evitar la inseguridad”. Y agregó, que “yo creo en el derecho a disentir y en la libertad, pero en la libertad real, no en el relajo que muchos dicen” (Listín Diario 30/11/11).
Durante su ejercicio de gobierno, se recordará, se hicieron detenciones arbitrarias de ciudadanos, periodistas entre ellos, cuya memoria amarga aún pervive en la conciencia pública. Las mismas, sin dudas, obedecieron a ese concepto de la autoridad, la disciplina, el orden, el respeto y la “libertad real” a que aludió el expresidente en su conferencia.
Más que el concepto de seguridad ciudadana basada en el desarrollo humano sostenible, en Mejía se encuentra el rancio concepto de la guerra fría. Que entendía la seguridad ciudadana como seguridad del estado, seguridad nacional, de corte policíaco-militar y de naturaleza coercitiva.
Por eso la inseguridad en él es un producto de la falta de orden y respeto. Y nunca un trastorno de la convivencia social que tenga que ver con la injusticia, la inequidad, la libertad o al menos una multicausalidad compleja.
La simplicidad que trasluce su exposición es una añoranza casi infantil de una experiencia incomprendida, que le lleva a ver en el modelo de orden, disciplina, autoridad y seguridad del tirano, lo que no ve y reivindica con vocación pedagógica en el rigor disciplinario, la autoridad democrática y ética del Juan Bosch-gobierno de 1963.
Es esta autoridad, esta disciplina, aquel orden fundado en el estado democrático de derecho y en una ética política incontrovertible la que debemos exaltar. Porque descansaba en una base de valores humanos y democráticos, y no en una “patología de la libertad” como él sugiere.
rsanchez.cardenas@gmail.com