El empecinamiento por devaluar la iniciativa del presidente Leonel Fernández de convocar a todas las naciones del mundo a una batalla contra la especulación financiera con los precios de los alimentos, ha hecho aflorar las alegaciones más absurdas.
Se ha arguido, por ejemplo, que el mandatario dominicano luce más interesado por enfrentar el hambre que padecen más de mil cien millones de personas en todo el globo, que la que sufren los conciudadanos a los que gobierna.
Justamente para crear una respuesta efectiva al hambre que expandieron los que ahora les cuestionan, el presidente Fernández ha propiciado los programas de auxilios focalizados a la pobreza más efectivos que se hayan aplicado en la historia de la nación, y ha ampliado como nadie la cobertura de la seguridad social.
Pero ese esfuerzo se ve contrarestado por el empuje de una espiral inflacionaria que tiene como elemento más incidente el componente especulativo en los precios del petróleo, los cereales y las materias primas.
Solo aquellos que buscan el poder sin planes aterrizados en la realidad son capaces de ofertar alimentos baratos con los componentes productivos en las nubes, así como combustibles económicos con petróleo caro.
Al procurar medidas que eviten que el trigo, el maiz, la soya, el arroz y el petróleo, no se asuman como un activo financiero, el presidente procura que lleguen a las familias pobres dominicanas y de todas partes del mundo, sin el 30 a 40% de elevación de precios que le añade la especulación financiera.
Otro argumento es que aún logrando mayoría de votos en el seno de la Asamblea de las Naciones Unidas, el efecto de la medida no pasaría de ser resolutorio, y que todos los intereses que mueven los dominadores del mundo, torpedearían una aplicación vinculante de la propuesta de la República Dominicana.
No hay ninguna de las grandes injusticia del mundo que haya sido abolida sin que antes se impusiera la creación de un estado de conciencia, que es lo que propiciaron documentos como el de la declaración universal de los derechos humanos, así como la del acta de independencia de los Estados Unidos, o mensajes como el del Sermón de la Montaña.
Es cierto que los políticos conquistan el poder atados a una cadena de intereses, que condicionan su capacidad de gobernar priorizando el interés de las mayorías, pero si una cosa han dejado claro los indignados de Europa y los gestores de la primavera árabe, es que o los gobiernos propician transformaciones o se van.
Lo que Leonel Fernández está proponiendo es la salvación de la democracia.
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